El experimento de la rana
Uno de los experimentos clásicos de los laboratorios es el de la rana. Si se pone una rana en agua hirviendo, la rana saltará fuera inmediatamente. En cambio, si se pone una rana en agua fría y se calienta lentamente, la rana se quedará tranquilamente en el agua, hasta que se guise en el agua hirviendo.
Con esta crisis, nosotros somos la rana, y las medidas de este Gobierno, los requerimientos de Europa y la "ortodoxia" de Alemania son el fuego. Y estamos cada vez más cerca de hervir.
Alemania tiene un miedo cerval a la inflación, insertado en sus genes tras la insufrible depreciación del viejo marco tras la primera guerra mundial, cuando los billetes impresos con cifras millonarias se llevaban en carretillas para poder pagar el pan, y los fajos de billetes se entregaban a los niños como juguete. De aquella época viene el actual inmovilismo germano, que está causando más mal que bien al impedir al banco emisor acudir al rescate de la economía real por el medio de emitir dinero.
Imprimir dinero y comprar deuda pública de los países en dificultades tendría varios efectos. El primero, terminar casi inmediatamente y por completo con los problemas de financiación de países como España. Eso pemitiría a los Gobiernos reactivar la economía. En resumen, más empleo. El segundo, una bajada del valor del dinero, lo que significaría un aumento de precios, la inflación tan temida por Alemania. Aunque sin duda es mejor que haya más gente trabajando y pudiendo comprar menos cosas que la situación actual en la que cada vez menos gente trabaja y consume. Lo primero crearía un círculo virtuoso de mejora económica y social, al asumible coste de un alza de los precios que de todos modos sería moderado. Lo segundo es el actual círculo vicioso de pérdida de empleo, empobrecimiento y ajustes del gasto público por el descenso de ingresos.
El tercer efecto de imprimir dinero y comprar deuda pública es la excusa de Alemania: resolver los problemas de los países por esa vía les evitaría a estos completar los ajustes que su ortodoxia exige y que están hundiéndonos a todos.
Yo, la verdad, prefiero la opción de que haya más trabajo, mayores precios, más gasto público y mejor financiación del Estado. Y los alemanes, que se aguanten, que tampoco pagan ellos.
Eso sí. Las reformas hay que acabarlas, pero por el bien social, no por el de los mercados.
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