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jueves, 18 de junio de 2009

(In)Seguridad Social

En España el derecho a la atención sanitaria no es discutible: todos tenemos derecho a recibirla, sin excepciones y sin escusas.

Sin embargo, nótese que he hablado del derecho a la atención, no del derecho a la atención gratuita.

Aunque generalmente se crea lo contrario, la atención sanitaria no es gratuita: cada consulta u hospitalización hay que pagarla. Lo que ocurre es que, generalmente, la Seguridad Social lo paga por uno. Todos los que están trabajando legalmente, lo que es conocido como «estar de alta», están cotizando a la Seguridad Social. Ello sirve no solamente para tener, posteriormente, derecho a la prestación por desempleo o a la jubilación, sino para tener derecho a la asistencia sanitaria gratuita.

El problema lo tenemos los que no trabajamos: mientras fuimos niños, o estudiantes, tuvimos derecho a la asistencia sanitaria gratuita como beneficiarios de nuestros padres. Y luego, con nuestro primer trabajo legal, al estar de alta cotizamos por nosotros mismos.

Pero al dejar ese primer trabajo legal, que probablemente fuera temporal, causamos baja en la Seguridad Social y dejamos de cotizar. Y a los tres meses perdemos el derecho a la asistencia gratuita, sin que nadie nos lo comunique.

¿Se imaginan ir un día al médico, por una molestia quizá menor, y salir con la misma molestia y además una factura por pagar?

El problema no es el sistema: me parece normal, y además justo, que quien no cotiza no tenga derecho a que sus consultas y operaciones se paguen del fondo de la Seguridad Social que se nutre (precisamente) de las cotizaciones. Por supuesto, con la evidente excepción de proteger a pensionistas, viudas y otras personas que no cotizan porque realmente no tienen posibilidad de hacerlo.

El problema es que nadie nos comunica, a los usuarios, ese detalle. Nadie nos dice que de repente podamos perder el derecho a ir al médico sin pensar en la factura solamente por haber trabajado. De hecho, es un contrasentido: el derecho a la prestación se pierde por haber trabajado.

Dejando aparte el hecho de que durante la prestación por desempleo también se cotiza, con lo que se sigue teniendo el derecho, el caso es que la falta de publicidad de la finalización de ese derecho puede causar muchos problemas a mucha gente. Y precisamente a quienes más desatendidos estarán: quienes hayan perdido su trabajo y ya no tengan derecho al «paro». ¿Qué pasará en las familias en las que ninguno de los padres trabaje? ¿O en aquellas en las que los hijos fueran beneficiarios precisamente del que ha perdido su empleo?

En mi caso, menos mal que un familiar cercano, mi tío, me hizo notar el asunto, y esta mañana me he puesto como beneficiario de mi esposa. De lo contrario, podía haber ocurrido que me encontrara de repente con un dolor de cabeza, fuera al médico, y saliera con dos dolores de cabeza.

Porque es así: ya que el Gobierno no nos informa de que podemos perder nuestro derecho a la asistencia sanitaria gratuita, lo único que podemos hacer es informarnos unos a otros de que, al dejar de cotizar (ya sea empleo o desempleo), hay que ponerse como beneficiario de algún pariente cercano.

...y si se tercia, preguntarle a algún político por qué puede uno dejar de tener derechos al cotizar.

miércoles, 17 de junio de 2009

Negocios cambiados

Hoy he dado un paseo por mi ciudad, La Laguna. Un paseo particularmente largo y enrevesado. Y me di cuenta de cuántas cosas pueden cambiar en una ciudad cuando uno lleva cierto tiempo sin pasearla.

Una pescadería cerrada. Una antigua tienda de ropa barata convertida en bazar. Un taller de televisiones convertido en floristería. Un estudio de fotografía cerrado. Una tienda de lencería erótica cerrada. Una imprenta cambiada de nombre y de sitio. Un bar centenario cerrado. Una tienda de discos convertida en tienda de ropa. Una zapatería convertida en cafetería. Varios otros negocios convertidos en bancos.

Los negocios cambian. La gente cambia. Los gustos de compra de la gente cambian, y sus posibilidades económicas también.

Esos cambios hacen que las ciudades estén vivas. Que no sean simples monumentos, eternamente estáticos e inamovibles.

Da pena ver que negocios que conociste de toda la vida han cerrado, pero si no, no habría nuevos negocios que, quizá, sean más útiles, baratos o mejor atendidos.

Y estar mejor atendidos es justamente lo que a bastantes negocios del centro de La Laguna les falta.

sábado, 13 de junio de 2009

Exijo chicles con azúcar

En esta ola de vida sana que nos invade, van cayendo viejos amigos. Entre ellos los viejos chicles con azúcar.

Ahora uno solamente ve en los bares y en los puestos de chucherías chicles sin azúcar. Y sí, vale, serán muy buenos para los dientes... Pero si uno es como debe ser y se lava los dientes tras cada comida, eso da igual. El caso es que los chicles sin azúcar no saben igual.

Reclamo mi derecho a consumir chicles con azúcar. Reclamo mi derecho a poder comprar chicles con azúcar, a encontrarlos en las estanterías.

Echo de menos mis Doublemint.

viernes, 5 de junio de 2009

Bajas de teléfonos móviles

Hoy he intentado darme de baja en dos contratos de telefonía móvil. Uno, de Movistar. El otro, de Yoigo. Y es que la crisis nos afecta a todos. Pero ha habido una enorme diferencia entre unos y otros.

Llamé al Servicio de Atención al Cliente de Movistar, el 609. Tardé más de media hora en que me atendieran, entre la espera para hablar con un comercial (después de pasar por la estúpida locución del principio) y la espera posterior para hablar con el departamento de bajas. Y allí me dijeron que tenía que pedir la baja por carta, con una fotocopia de mi DNI, y me pusieron otra locución que me indicaba los datos de la carta que tenía que enviar.

Escribí la carta, fotocopié mi DNI, y me fui a Correos a enviarla.

En la oficina de Correos de La Laguna estuve más de una hora esperando a que me atendieran (y en la cola no había tanta gente, había doce personas delante de mí, de las cuales cuatro no se presentaron cuando las llamaron por número), para enviar la dichosa carta a Movistar, ya que (dado lo complicado del procedimiento) quería enviarla certificada.

Y ahora, que la carta llegue, que la atiendan, y que me den de baja.

Por la otra parte, llamé al servicio de Atención al Cliente de Yoigo, el 622. En la misma llamada me pidieron una serie de datos para confirmar que era yo quien llamaba, me pasaron con el departamento de bajas, reconfirmaron mis datos y tramitaron la baja inmediatamente. Cinco minutos después, ya no podía llamar ni recibir llamadas.

Una gran diferencia entre ambos. Uno, un dinosaurio burocrático (¿«burrocrático»?) que hace las cosas de la manera más complicada para el cliente. El otro, una ardilla ágil que hace las cosas de la manera más sencilla para el cliente.

Y todos sabemos que los dinosaurios se extinguieron, y las ardillas sobrevivieron. Si alguna vez voy a dar de alta un número nuevo de móvil, no me cabe duda de qué empresa elegiré.