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martes, 17 de julio de 2007

El placer de regatear

En Occidente, en general, estamos perdiendo el contacto humano. Las cosas son cada vez más rápidas y supuestamente cada vez más cómodas. Pero entonces, ¿por qué nos parecen cada vez menos agradables?

Porque lo son.

Comparemos el caso de comprar un juego de café, por ejemplo, en un hipermercado occidental con autoservicio de caja, y en un latonero marroquí o turco.

En el primer caso, elegimos el juego de café en la estantería, lo metemos en una cesta o carro, lo llevamos a la caja autoservicio, lo pasamos por el lector de códigos de barras, introducimos nuestra tarjeta de crédito, tecleamos la clave para aceptar el cargo y nos llevamos el juego de café a casa. Todo en 5 minutos y sin contacto humano alguno, salvo la marea de desconocidos de nuestro alrededor.

En el segundo caso, y por un juego de café semejante, pero hecho a mano, el latonero nos pide 20 veces el precio del hipermercado, le decimos que no hay trato y hacemos ademán de irnos, nos pide un precio menor, 15 veces el precio del hipermercado, hacemos ademán de volver pero le decimos que el precio es excesivo, nos hace otra oferta por 13 o 12 veces el precio del hipermercado, le decimos que un juego de café no vale tanto y le ofrecemos el precio del hipermercado como valor, nos recuerda que está hecho a mano y, como la discusión se alarga, nos invita a un té.
Tras el té, valoramos el trabajo del latonero y subimos nuestra oferta un 50%, él nos dice que le partimos el corazón con esos precios y baja a 10 u 8 veces el precio del hipermercado, nosotros subimos a 2 veces, él baja a 8 o 6 veces, nosotros subimos a 3 veces el precio del hipermercado y nos ofrece otro té.
A continuación, y tras hablar del tiempo, o de la familia, nos hace otra oferta, su última oferta, por unas 6 o 5 veces el precio del hipermercado, nosotros subimos a 3 veces y media, y nos hace otra última oferta por 4 veces, oferta que aceptamos y sellamos con un apretón de manos.

En este segundo escenario, el juego de café, esta vez tallado a mano, nos ha costado 4 veces más caro que en el hipermercado. ¿Hemos salido perdiendo?
La hipereconomista mentalidad occidental diría que sí, que incluso contando con que está tallado a mano y con que hemos tomado dos tés de balde, hemos perdido en tiempo y en dinero.

Si eso es así, ¿por qué hemos acabado muchísimo más contentos con esta compra que con la anterior?

Por la sencilla razón de que esta compra ha sido más humana. No sólo hemos tenido contacto con una persona, el vendedor, sino que hemos hablado largo y tendido de varios temas, no sólo de la compra, con lo que se ha creado un lazo de amistad humana. Hemos salido ganando, en el cómputo total, y eso es porque salir ganando o perdiendo, simplemente, no importa, en relación con tener una amigable charla que en el primer escenario no teníamos.

Lo que he presentado hasta ahora es un caso de comparación extrema, entre lugares distintos de países distintos, y comprando productos distintos. Sin embargo, el caso es exactamente el mismo cuando comparamos el mismo producto, en la misma ciudad, entre un hipermercado y un comerciante minorista.

En el hipermercado puede que hablemos sólo con la cajera, una empleada a la que no le va nada en la empresa y puede permitirse ser desagradable, ya que probablemente tendrá un "contrato basura". En el comercio minorista puede que nos atienda el dueño, o un empleado que lleve allí toda la vida, y cualquiera de los dos lo hará con la intención de atendernos bien para que volvamos, ya que a cualquiera de ellos le va el empleo en ello.

Y aunque en el comercio minorista los precios sean más elevados, hay que tener en cuenta lo que nos ahorraríamos en terapias psicológicas por alienación.
O en casos menos extremos, hay que tener en cuenta que más caro en dinero no significa más caro, ya que el contacto personal, la garantía de que si volvemos porque el producto tiene un defecto nos atenderá alguien que nos conoce y que recuerda la compra, o el simple hecho de que podemos saludar por la calle al vendedor, sin duda valen más que los pocos céntimos, o euros, que ahorramos yendo al hipermercado.

Claro que las economías familiares no suelen ser lo suficientemente boyantes como para comprar todos los productos en comercios minoristas. Sin embargo, es perfectamente posible hacer la mayor parte de la compra en los hipermercados (en varios, con los mejores precios de cada sitio, no todo en uno sólo), pero dejar algunos productos, como la fruta o la carne, para el comercio minorista, donde nos atenderá el verdulero o el pescadero de siempre, con su conocimiento de nuestros gustos y su garantía.

Aunque sean grandes cadenas de pequeñas fruterías, y no negocios familiares, el cambio merecerá la pena, por la más simple de las razones y la que más he repetido hoy.

El contacto humano.

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