La cama de los papis
Esta mañana, de repente, me di cuenta de cuál es uno de los grandes placeres de la vida. Uno que tenía realmente olvidado, y que en realidad nunca volveré a sentir.
El placer de ir por la mañana al cuarto de los papis, trepar, con algo de esfuerzo, a la cama y meterse dentro, entre papá y mamá, acurrucado por los dos.
Esto me hace pensar en lo sencilla que es la vida de pequeño. Tus papis pueden hacerte los caprichos o llevarte la contraria, dejarte hacer o imponerte disciplina, pero en general la vida a los tres años, si las necesidades básicas están cubiertas, es sencilla. Y además es fácil. Y muy probablemente agradable y divertida.
Aprender las letras, los números, los colores, esforzarse por pronunciar esa imposible letra erre son actividades enormemente divertidas y gratificantes, no importa que sean educativas. Igualmente divertido puede ser coger un juguete y tirarlo para experimentar cómo cae, independientemente de que a tus padres la cerámica de recuerdo que está en la mesita del pasillo no les parezca un juguete y griten. O tirarse en el sofá a ver David el Gnomo con el biberón. O jugar en la bañera hasta que se te arruguen los dedos. Y quejarte cuando te saquen, por supuesto.
Ser adulto tiene muchas cosas buenas y gratificantes.
Tener tres años, también: cosas buenas, gratificantes e irrecuperables.
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