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miércoles, 26 de marzo de 2014

La cama de los papis

Esta mañana, de repente, me di cuenta de cuál es uno de los grandes placeres de la vida. Uno que tenía realmente olvidado, y que en realidad nunca volveré a sentir.

El placer de ir por la mañana al cuarto de los papis, trepar, con algo de esfuerzo, a la cama y meterse dentro, entre papá y mamá, acurrucado por los dos.

Esto me hace pensar en lo sencilla que es la vida de pequeño. Tus papis pueden hacerte los caprichos o llevarte la contraria, dejarte hacer o imponerte disciplina, pero en general la vida a los tres años, si las necesidades básicas están cubiertas, es sencilla. Y además es fácil. Y muy probablemente agradable y divertida.

Aprender las letras, los números, los colores, esforzarse por pronunciar esa imposible letra erre son actividades enormemente divertidas y gratificantes, no importa que sean educativas. Igualmente divertido puede ser coger un juguete y tirarlo para experimentar cómo cae, independientemente de que a tus padres la cerámica de recuerdo que está en la mesita del pasillo no les parezca un juguete y griten. O tirarse en el sofá a ver David el Gnomo con el biberón. O jugar en la bañera hasta que se te arruguen los dedos. Y quejarte cuando te saquen, por supuesto.

Ser adulto tiene muchas cosas buenas y gratificantes.

Tener tres años, también: cosas buenas, gratificantes e irrecuperables.

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